El
corsario negro se despertó, estiro los brazos y casi rozó la madera del techo
del camarote con sus largos dedos, se levanto enérgicamente, se calzo sus
grandes botas, se ajusto el ancho cinturón con su espada y, saliendo al
exterior con el sombrero en la mano, miro a su alrededor con aire inquieto y se
lo coloco de medio lado.
Recordó
haber soñado algo agradable, de aquella tarde pasada, donde, en la taberna,
aquella chica de pelo negro y rizado le sirvió una jarra de vino con una
gran sonrisa, el corsario le devolvió la sonrisa y le pago con un doblón de
oro, y ella, cogiéndolo con dos dedos, lo dejo caer entre los encajes de
la parte superior de su corpiño, y, girándose de forma grácil con una mano
en la cintura, se alejo hacia la barra. Él se quedo pensativo, mirándola, hasta
que un golpe seco en la espalda le hizo reaccionar, era uno de sus hombres, que
medio borracho le decía: debemos marchar ya.
1 comentario:
¡Hola, Lala!!! Bienvenida de nuevo ¿Soy el primero? Anda, qué bien. Me alegro mucho de tu vuelta que en Borgo se te ha echado de menos. Muy bueno el microrrelato de el corsario. Espero a partir de ahora ir leyendo más como estos.
Muchos besos. Borgo.
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