
La actuación de Natalie Portman es de óscar. Ha entrenado cinco horas diarias hasta la extenuación, se ha sometido a una dieta estricta perdiendo siete kilos, y todo para adaptarse psíquica y físicamente al papel, tal y como ella confiesa “ha sido realmente doloroso”. Antes de dedicarse al cine bailaba, pero según nos cuenta “era algo demasiado extremo en el que o lo das todo o no llegas nunca a nada. Y precisamente por eso lo dejé”. Ella misma ejecuta en la película secuencias de danza, pero en los pasajes difíciles (como los giros), la cámara se aleja y entonces vemos en la lejanía a una brillante Sarah Lane, solista del American Ballet Theatre, ejecutando múltiples giros. La fragilidad de Nina (Natalie Portman), sus inseguridades, su miedo al fracaso, combinado todo ello con una madre (Barbara Hershey) frustrada y controladora, hacen que la evolución del personaje vaya in crescendo a lo largo de la película hacía odile (cisne negro) dejando, aparentemente atrás, a Odette (cisne blanco), Nos crea una incertidumbre que nos lleva casi al terror psicológico. Aronofsky sabe manejar con maestría ese lado oscuro de la mente. Nos combina a la perfección el mundo de la danza, con todo lo que ello conlleva, junto con el delirio de un personaje que trata de ser el número uno a la vez que se establece una lucha interior entre odile y odette.

En la escena final, sin desvelaros nada, os diré que Odette nunca desaparece del todo y que su rival, Odile, esta latente hasta el final.

En la escena final, sin desvelaros nada, os diré que Odette nunca desaparece del todo y que su rival, Odile, esta latente hasta el final.